Cruzando el hilo solo de la noche
Bruno Marcos
Algunos, para que no me mate por las carreteras cortando el medio de la noche hasta amanecer en el exilio, me recomiendan que salga el día antes. Yo no les puedo explicar que ese momento, apenas 20 minutos, de internarse en el lecho recién el bebé adormecido, iluminados por la luz oriental de las lámparas de arpillera, vale el riesgo. Merece la pena todo por ese breve rato de adentrarse por la suavidad y el calor mientras va muriendo la noche artificial en esa casa que, ahora al verla pasando más días fuera que dentro, se me muestra como somos nosotros, como Rubén, muy antiguos y muy modernos, conviviendo mis obras arte postmoderno con los muebles coloniales, con las pinturas, las estatuillas o los instrumentos musicales de los viajes.
Al salir me he fijado en los pies de ella sobre la alfombra otomana, me parecieron también dos bebés ahí puestos. No puedo negar que mi fatalismo crónico ha reparado en que como hay cada semana este fin habrá otro fin más tajante.
Se me antoja pensar que podría un hombre empezar a llorar y no parar durante horas, durante días, incluso meses, tal vez por todas las veces que se ha tragado las lágrimas, con los fracasos, con los amigos que no puede volver ver, con los que distan 500, 1000, 2000 kilómetros, o con la gente que ha muerto. Por eso que pienso que no debo volver a mirar al bebé antes de marcharme, su cara sumamente pequeña rodeada en la penumbra por el arco de su brazo, porque no tiene sentido que un hombre vaya llorando solo en el interior de su automóvil cruzando el hilo solo de la noche.
Algunos, para que no me mate por las carreteras cortando el medio de la noche hasta amanecer en el exilio, me recomiendan que salga el día antes. Yo no les puedo explicar que ese momento, apenas 20 minutos, de internarse en el lecho recién el bebé adormecido, iluminados por la luz oriental de las lámparas de arpillera, vale el riesgo. Merece la pena todo por ese breve rato de adentrarse por la suavidad y el calor mientras va muriendo la noche artificial en esa casa que, ahora al verla pasando más días fuera que dentro, se me muestra como somos nosotros, como Rubén, muy antiguos y muy modernos, conviviendo mis obras arte postmoderno con los muebles coloniales, con las pinturas, las estatuillas o los instrumentos musicales de los viajes.
Al salir me he fijado en los pies de ella sobre la alfombra otomana, me parecieron también dos bebés ahí puestos. No puedo negar que mi fatalismo crónico ha reparado en que como hay cada semana este fin habrá otro fin más tajante.
Se me antoja pensar que podría un hombre empezar a llorar y no parar durante horas, durante días, incluso meses, tal vez por todas las veces que se ha tragado las lágrimas, con los fracasos, con los amigos que no puede volver ver, con los que distan 500, 1000, 2000 kilómetros, o con la gente que ha muerto. Por eso que pienso que no debo volver a mirar al bebé antes de marcharme, su cara sumamente pequeña rodeada en la penumbra por el arco de su brazo, porque no tiene sentido que un hombre vaya llorando solo en el interior de su automóvil cruzando el hilo solo de la noche.
4 Comments:
Te lo dije, pero sigue escribiendo: es terapeutico.
Si,es tremendo, eso se llama ser padre....
animo que ya queda poco para el puente
Ahora nos une el hilo de tu pensamiento,se lo que piensas y luego lo veo plasmado en el exilio.La tecnología hace que la lejanía sea menor, POR FIN ALGO SALE BIEN !!!
La melancolía nos hace recrearnos en todo aquello que nos entristece: la música, los poemas, la luz de la luna...
Peligroso territorio de añoranzas en el que te encuentras. Para avanzar por él, necesitas recurrir a todo aquello que en tu vida has acumulado, para que te ayude en la travesía.
Lo importante es lo que hay al otro lado. Cuando llegues lo sabrás, y todo lo peor se habrá borrado.
Yo lo sé...
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